
Cuando un niño de infantil (5 años) quiere ir al cole,… cuando se despierta con una sonrisa,… cuando va alegre por la calle para encontrarse con los amigos en el parque,… cuando come prácticamente de todo lo que le presentas sin hacer ascos a verduras ni productos naturales,… cuando renuncia a muchas chuches porque le explicas que no son buenas para la salud y así lo entiende y acepta,… cuando recoge sus juguetes, cuando acepta un no por respuesta bien argumentado,… cuando se cuestiona lo propio en un niño de esa edad,… cuando necesita saber y conocer más y más y su medio se lo facilita,… cuando sabe que existe el miedo porque lo ha sentido ya, pero le enseñas a reaccionar con prudencia ante el peligro más que con temores irracionales…
Esto indica que está rodeado de adultos equilibrados, que no hay brechas en su educación, que ha tenido la suerte en el cole de contar con una guía o tutora de etapa maravillosa que cree en los niños y crece y disfruta con ellos,…
Entre todo su entorno se está contribuyendo a formar una persona con valores, con emociones equilibradas, que ama la naturaleza y disfruta en ella, que cumple con sus «obligaciones», que le dejan volver con los pantalones rotos sin elevarle la voz porque ha estado jugando con la tierra, que ve las mínimas fisuras entre sus padres y sus adultos de referencia, que también tiene frustraciones (¡tan necesarias!) pero aprende a manejarlas,…
Niños educados con gran amor pero también con sentido de la responsabilidad, aceptando negativas. Así, evolucionan y se hacen adultos con un sentido diáfano de la justicia y del bien y del mal, de los que la sociedad actual está tan necesitada. Siempre hay riesgo de que por el camino pase algo,… pero es más difícil que se derrumbe una casa con unos buenos cimientos.
Pobres de los niños que les dan todo para que no se frustren, o que no les dan nada porque “no lo merecen”, que gritan a sus padres para conseguir lo que quieren, que les enseñan a defenderse a las bravas, que muestran malestar y rencor a sus hijos con demasiada frecuencia, que quieren que sean lo que ellos no lograron ser y descargan sus frustraciones en los pequeños, que sienten que el amor de sus mayores está mediatizado por sus resultados, valorando en los pequeños más lo que hacen que lo que son,…
Los cimientos de estos pequeños son más endebles, inseguros y manipulables,… es más fácil que el edificio se caiga, que de adultos aparezcan trastornos del estado de ánimo, porque está dañada esa carga de vínculo y amor incondicional que debe ser equilibrada y manifestada con sentido común desde el momento en el que nacemos, para que el ser humano florezca en todo su esplendor y le queden los mínimos rescoldos de malestar (del que se siente pero no se ve y, si aparecen, que los sepa manejar) a medida que se hace mayor y que le llevará a mostrar volatilidad e inestabilidad emocional (y sufrir mucho), sin saber poner palabras a lo que le pasa, en su vida de adulto.
¡Es tan importante la buena educación! Si los padres y docentes reflexionáramos más a menudo sobre nuestras reacciones y decisiones (tantas veces sin sentido) podríamos mejorar un poquito esa huella indeleble en nuestros pequeños que llamamos educación.